Hace casi una semana que salí de Bangkok. Casi nada había resultado sencillo desde mi llegada, pero los dos últimos días en la capital fueron particularmente frustrantes.
A pesar de mi empeño, nunca me ví con el maestro Wichit. Llegamos a comprometer un encuentro, pero lo esperé durante más de una hora y no apareció.
Tuve entonces la sensación de haber estado librando una desigual batalla contra todos y cada uno de mis particulares molinos de viento, empecinados una y otra vez en cortarme el paso. Y con el ánimo bastante maltrecho, decidí darme una salida poniendo rumbo hacia otras tierras, hacia el norte del país, a la conquista de un nuevo objetivo: encontrar un rotulista en la selva.